Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda - Relatos Eróticos

Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda

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No tomo el anillo. Tampoco lo rechazo. Solo lo miro. Lo miro como quien no sabe aún si abrir un nuevo libro o quedarse releyendo el anterior.

Ricardo me sonríe.

—¿Bailamos?— pregunta, con la voz más baja que el murmullo del mar. Pero no se mueve. No todavía. Y yo tampoco.

La caja con el anillo sigue abierta sobre el mantel. Una ráfaga de viento salado la acaricia. La llama de la vela vacila, lucha, y se apaga. Solo queda la música a lo lejos, ahora un poco más triste.

Toco el borde de mi copa, apenas con la yema de los dedos. La giro un poco, como si el vino pudiera darme una respuesta. Pero mis manos tiemblan y, sin querer, la copa cae. El cristal se parte en dos tiempos. El vino se desliza como sangre por el mantel blanco.

Nadie más en el restaurante lo nota. Ricardo sí. Sus ojos bajan al derrame tinto. Luego me mira de nuevo, sin juicio, sin prisa. Se levanta, da la vuelta a la mesa y, sin decir palabra, se arrodilla a mi lado. No con el anillo, vamos. Con una servilleta. Me seca la mano, aunque no está manchada. Lo hace despacio, como si fuera parte del rito.

—No pasa nada, Diana— murmura. —A veces también hay belleza en lo que se rompe.

Yo suspiro. Y no sé si es alivio o vértigo. El mar ruge al fondo, un poco más fuerte. Como si algo en él también se hubiese roto.

Y entonces, no hay respuesta. Solo me pongo de pie. Ricardo me ofrece su brazo. Yo lo tomo. Y caminamos hacia la pista de madera, como si nada. Como si todo. La caja roja queda atrás, abierta aún. Es un alivio saber bailar canciones tristes.