Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda
Fecha: 18/10/2025,
Categorías:
Transexuales
Autor: Diana Laura, Fuente: TodoRelatos
Este relato fue publicado una semana antes en mi página de Patreon. Si quieres leer mis textos antes que nadie, te invito a suscribirte. Este mes (julio 2025) y el siguiente serán completamente gratuitos para todos los nuevos miembros. Pasa, curiosea, comenta… y acompáñame en esta aventura de letras.
patreon.com/DiDiLau
§
El sitio tiene algo distinto en el aire. No es solo el salitre ni la brisa mediterránea. Es como si el tiempo se aflojara, como si los relojes aquí se hubieran rendido a la piel, al sol, a las ganas. No sé si es la isla en sí o lo que representa: una especie de permiso tácito para no ser del todo quien uno fue. Para probarse en otra forma. Para jugar en serio.
Estamos en Cala Comte, una playa que parece sacada de un sueño cálido. La arena es clara, tan suave que se mete entre los dedos sin molestar, como si supiera que tiene que ser gentil. El agua cambia de azul según la hora: turquesa en la orilla, azul profundo más adentro, casi violeta cuando el sol empieza a caer. La gente a mi alrededor es joven en su mayoría, aunque también hay familias, parejas mayores, chicos en solitario, chicas que se ríen fuerte. Hay un idioma para cada grupo: inglés, francés, catalán, italiano, risas y silencios. Todos aquí parecen entender algo que el resto del mundo no ha descubierto.
Yo estoy tendida sobre una toalla marfil, la cabeza apoyada en mis antebrazos, el cuerpo apenas girado hacia Ricardo, que está a mi lado. Llevo un bikini rojo oscuro, de tela ...
... sencilla, sin estampados, pero con ese tipo de corte que realza sin gritar, que deja ver sin exhibir. La parte de arriba no tiene relleno —obvio—, pero se ajusta a mi torso plano con una naturalidad desconcertante. Los tirantes delgados se pierden en mis hombros; la tela en mi pecho solo insinúa. En cambio, la parte de abajo abraza mis caderas con la firmeza de una cinta que me dice: sí, tú puedes.
Mi cuerpo no protesta. Al contrario, parece haber esperado toda la vida por este corte de tela, por esta silueta. No es que me vea como una chica de calendario ni que lo quiera. Pero hay algo en cómo la luz cae sobre mis clavículas, cómo mi cintura se curva al estar acostada de lado, cómo mis piernas —largas por el tenis, torneadas por el básquetbol— se cruzan con naturalidad femenina, como si esa pose siempre hubiera estado disponible y yo no me hubiera atrevido a tomarla.
Mis brazos están depilados desde hace semanas, igual que mis piernas. La piel, blanquísima, brilla con la crema bronceadora que Verónica me regaló antes del viaje. Mis uñas —de un tono coral suave— descansan en la arena. Y aunque llevo gafas oscuras, sé que me observan. No con morbo, no con sospecha; más bien, con la misma mirada casual con la que se mira a una chica más en la playa.
Un grupo de chicas se acomoda a unos metros de nosotros. Visten pareos de colores chillones, bikinis neón, sombreros de ala ancha. Una de ellas me mira, sonríe sin malicia, como se sonríe a una desconocida cuyo look apruebas sin ...