Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda
Fecha: 18/10/2025,
Categorías:
Transexuales
Autor: Diana Laura, Fuente: TodoRelatos
... disfrutando algo que te hace bien? No necesitas explicárselo a nadie. Solo vivirlo.
Sus manos toman las mías. Son grandes, firmes. Siempre me han dado seguridad, desde que jugábamos fútbol en secundaria y me defendía de los bravucones.
—Mira cómo te ves hoy— susurra, con una sonrisa leve. —Si el mundo tuviera el mínimo sentido, te estaría esperando allá afuera con pancartas. El universo necesita más personas que se atrevan a sentirse plenas. Y yo, egoístamente, quiero ese viaje contigo… así. Con esta versión de ti. Porque me gusta. Porque me haces bien.
Me quedo callada. Todo está en suspenso.
—Y si decides cambiar de idea, también está bien. Podemos ir como siempre. Este es tu regalo, ¿recuerdas? Yo solo estoy feliz de compartir el viaje contigo.
Lo miro.
Entonces, me pongo de pie. Ricardo también.
—Ayúdame con la maleta— le digo, por fin, con media sonrisa. Él asiente, como si supiera que así terminaría. Me río. No puedo evitarlo. Ricardo termina de romper lo que quedaba de mi miedo. Esa forma suya de hablarme, sin exigencias, sin títulos, sin urgencias. Solo con ternura.
Antes de salir, me miro una última vez en el espejo. La chica que me observa no tiene miedo. Quizás dudas, vértigo. Pero no miedo.
Bajamos juntos. Ricardo me espera recargado en el coche.
—Diosa— dice, sin ironía.
—Idiota— respondo, pero me estoy riendo.
Abre la puerta del copiloto para mí. Subo. El auto huele a su loción y a café. El sol empieza a filtrarse entre los ...
... edificios. Y cuando por fin arranca, siento que algo se mueve dentro de mí. Un venado, quizás.
—¿Lista?—pregunta, arrancando.
—Lista— respondo. Y esta vez sí lo estoy.
Mientras el auto avanza por la avenida, siento que cada semáforo es un sello. Un paso. Un puente que no se puede cruzar dos veces de la misma manera. Ibiza nos espera. Y yo también.
§
De regreso al presente. Ibiza. Arena, sol, playa. El sonido del mar es distinto cuando no tienes prisa. Las olas se arrastran sobre la arena con la seguridad de quienes han hecho lo mismo por siglos. Y el viento, ese viento salado y templado, se enreda en mi cabello como si supiera que hoy quiero olvidarme del tiempo. Tengo los ojos cerrados, la cabeza recostada sobre la toalla, las piernas estiradas y el bikini rojo abrazándome con confianza. El sol no arde: acaricia.
Escucho la música lejana de un grupo de chicas que se toman fotos con copas de vino rosado en la mano. Un perro ladra a las gaviotas. Un niño llora porque no quiere irse del agua. Y, a mi lado, Ricardo respira tranquilo, con el torso desnudo y el bañador oscuro que siempre le ha sentado como si lo hubieran diseñado para él. Está leyendo, aunque sé que lleva varias páginas sin pasar.
—¿Estás durmiendo?— pregunta.
—No. Solo descanso los ojos.
Él ríe, y yo también. Luego, sin pensarlo demasiado, le digo:
—¿Me pones un poco de bronceador?
Y apenas lo digo, me doy cuenta. Es la primera vez. No solo en el viaje. No solo desde que comenzó ...