1. Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda


    Fecha: 18/10/2025, Categorías: Transexuales Autor: Diana Laura, Fuente: TodoRelatos

    ... hecha por manos cuidadosas. Sobre ella, extendido con mimo, me espera un vestido.
    
    Negro. De terciopelo suave, con un corte clásico, recto en el escote y mangas largas que se ajustan sutilmente a los brazos. Lo que lo distingue, sin embargo, es la delicada capa de tul blanco que emerge bajo la falda: un vuelo etéreo, casi fantasmal, que transforma su silueta en algo digno de un cuento. Junto al vestido, un pequeño estuche: en su interior, unos zarcillos de perla, una pulsera discreta, y unos tacones color marfil con pedrería brillante, elegantes, suaves, perfectos.
    
    Me siento al borde de la cama y dejo que mis dedos se deslicen por el terciopelo. Es un vestido que no espera ser usado, espera ser habitado. Casi puedo escucharlo susurrar: “Hazme tuyo”.
    
    Me desnudo sin prisa. Me miro al espejo y no sé si veo a Diana o a alguien más. Me recojo el cabello con horquillas sencillas, dejo algunos mechones sueltos que caen con naturalidad. Me maquillo con precisión y suavidad: delineador fino, un toque de rubor, labios rosados. Me calzo los zapatos y, al levantarme, la falda del vestido gira ligeramente conmigo, como si celebrara mi decisión.
    
    Me miro por última vez. No hay euforia. No hay vértigo. Solo una calma quieta, como la de quien llega por fin a una casa que no sabía que era suya.
    
    Tocan la puerta. Es Ricardo. Camisa blanca de lino perfectamente planchada, pantalón claro, alpargatas discretas. Tiene el cabello peinado hacia atrás y un leve brillo en los ojos. Su ...
    ... primera reacción no es una palabra. Es un silencio largo, firme, que me mira como si quisiera memorizarme. Luego sonríe.
    
    —Estás preciosa—. Y lo dice con la misma naturalidad con la que me habla últimamente. Me sonrojo, no digo nada. Asiento.
    
    Salimos, entonces, rumbo al restaurante que eligió Ricardo. Es una terraza amplia, con faroles encendidos y velas que titilan con la brisa marina. De fondo, un cuarteto toca versiones suaves de canciones clásicas. Ricardo ha reservado una mesa junto al barandal, con vista al mar. Pedimos vino blanco. La noche avanza con fluidez. Hablamos de todo: del vuelo, del calor, de la música. Reímos con facilidad, como si la intimidad fuera un músculo que lleváramos años entrenando. Entonces, él calla. Y algo me empieza a inquietar.
    
    Saca algo del bolsillo interior de su saco blanco. Una cajita. Roja. La abre. De su interior saca un anillo. Lo sostiene y me mira con ternura.
    
    —No tienes que decir nada. Ni ahora ni nunca— dice con un tono que no se parece a nada que le haya escuchado antes. —Solo quería que supieras que, sea lo que sea esto que estamos viviendo, yo estoy aquí. Viendo. Sintiendo. Esperando, si hace falta.
    
    Silencio. El cuarteto comienza una versión instrumental de "Moon River". A lo lejos, el mar murmura. La vela en nuestra mesa parece temblar.
    
    Yo no sé qué decir. No estoy segura de qué siento. Solo sé que el mundo no se cae, que mi corazón no se acelera con miedo, sino con algo distinto. Con asombro, sí, pero con algo ...