Una apuesta, un vestido y un secreto — Segunda
Fecha: 18/10/2025,
Categorías:
Transexuales
Autor: Diana Laura, Fuente: TodoRelatos
... miro por tercera vez en el espejo del pasillo. El cárdigan negro, de punto grueso y botones grandes, me abriga suavemente, contrastando con la falda midi de flores pequeñas que se abre al caminar con un tajo lateral, discreto pero firme. Las medias negras cubren mis piernas, haciendo que se vean más largas, más elegantes. Los botines de charol, de tacón robusto, me dan altura y presencia. Es un atuendo sencillo, pero tiene algo... algo que dice “hoy comienza algo nuevo”. Me gusto. No como quien dice “me veo bien”. Me gusto de verdad, como si por fin me reconociera.
Y, sin embargo, no puedo dejar de moverme de un lado a otro. Es extraño cómo puede temblarte la mano mientras aplicas rímel. No de nerviosismo, sino de anticipación. De incertidumbre.
Tengo la maleta lista, el pasaporte en la bolsa lateral, los boletos electrónicos descargados. El maquillaje suave, casi imperceptible, como me enseñó Verónica, resiste las dudas. Mi cabello, lacio y suelto, cae sobre mis hombros como si no hubiera conocido otra forma.
Pero el estómago no escucha razones.
Camino en círculos por el departamento, intentando respirar. Me asomo por la ventana: el coche de Ricardo está ahí. Puntual. Elegante. Paciente.
Mi celular vibra. “Estoy abajo”. No dice más. Solo eso. Dos palabras. Un momento que lo cambia todo. Siento que la falda me aprieta, aunque no lo hace. Que los botines me pesan, aunque no pesan. Que el maquillaje me cubre, aunque no me oculta.
Lo leo y siento que las ...
... piernas me fallan. Camino hacia la puerta, pero no la abro. Algo dentro de mí se resiste. ¿Y si en el aeropuerto me detienen? ¿Y si alguien me descubre? ¿Y si todo esto, todo lo que fui aprendiendo, todo lo que sentí en la cena, todo fue solo una ilusión pasajera?
Marco su número. No puedo escribir. Solo necesito escucharlo. O que él escuche mi silencio. Pero no contesta. En cambio, escucho la puerta del edificio. Pasos. Luego, el timbre. Abro. Es él.
Ricardo me observa un segundo. Sus ojos van de mis botines a mi cárdigan, y se detienen en mi rostro. No dice nada de inmediato. Solo entra.
—¿Qué pasa?— pregunta al fin, cerrando la puerta con suavidad.
—No lo sé— digo, sincera. Y ahí se rompe algo. Me siento en el sofá, las manos sobre las rodillas, como si esperara un veredicto.
Ricardo se acerca, sin prisas. Se agacha frente a mí, apoyando un codo en su rodilla, como hacen los entrenadores cuando le hablan a un jugador caído.
—Diana— dice, con voz tranquila, profunda. —Lo que hiciste aquella noche fue… mágico. Te veías como si hubieras nacido para estar ahí. No me refiero solo al vestido, al maquillaje. Me refiero a cómo hablaste con mi abuela, cómo jugaste con mis primitos, cómo mi mamá no podía dejar de mirarte con ternura. Nunca vi algo así con nadie antes.
Yo trago saliva. Mis ojos empiezan a picar.
—Pero esto es diferente, Ricardo. Es un viaje entero. Es público. Es...
—¿Y si no lo vemos como un disfraz?— interrumpe. —¿Y si solo lo vemos como tú ...