Elda, la instructora de la Sección Femenina. I
Fecha: 26/06/2025,
Categorías:
Lesbianas
Autor: Amor clandestino, Fuente: TodoRelatos
... desprenderse del rubor, ya que al estar más relajada y centrada y el hecho de verla en el acto de orinar, sobretodo ver su rostro, como entrecierra sensualmente los ojos, su blanquísima piel ruborizada y como se muerde sus carnosos labios y como seguidamente se sube las braguitas y la falda, sus grandes y bonitas caderas y nalgas y sus largas piernas con las botas altas de cuero y plataforma y como justo después se mira al espejo y se suelta su larga y preciosa melena castaña con ese flequillo largo de lado y se vuelve a recoger el pelo, empiezan a pasarme por la mente unos pensamientos y unas sensaciones que nunca antes había tenido. Soy todavía más consciente de su belleza. Pienso que es hermosa, muy hermosa, demasiado hermosa. También que dentro de su falta de delicadeza y de su actitud entre poco y nada femenina, es a la par una mujer muy atrevida y sensual. Siento como mi escalofrío se mueve hacia mi entrepierna, provocando en ella una caliente y húmeda inflamación, una intensa reacción dentro de mí que nunca había sentido antes con lo mojigata que siempre he sido. O sea, siempre he sido consciente de lo que es la sensualidad y las reacciones que provoca en las personas, pero nunca había tenido una reacción así... Al menos con esa intensidad. Y es una sensación dulce, muy dulce. Me está gustando, mucho, mucho, mucho. ¿Será eso sentir deseo por alguien? ¿Será eso lo que sienten las mujeres por los hombres? ¿Por qué lo estaré yo sintiendo por una mujer?
Una vez termina, ...
... me toma delicadamente de mi esbelta cintura, posando su grande brazo en ella. Me sorprendo mucho y siento como ese escalofrío recorre de nuevo mi cuerpo entero y como se me contrae el estómago, junto con otro temblor en mis extremidades. No esperaba que una mujer aparentemente tan fría tuviera esas muestras con nadie.
–Ven, Cándida –me dice.
Salimos del cuarto de baño y caminamos por el pasillo, ella tomándome delicadamente de la cintura. Con lo alta y voluptuosa que es me siento muy menuda y más bien poca cosa su lado. Tengo esa extraña sensación de sentirme un tanto intimidada pero a la vez protegida.
–Aquí, ven –me dice, señalando una puerta. A pesar de mostrarse gestualmente más cercana y tal vez cariñosa, mantiene el mismo tono de sargento.
Abre la puerta, me la aguanta para que yo pase delante y acto seguido ella pasa, cierra la puerta y vuelve a tomarme de la cintura. Entramos a su despacho. Bastante grande, con dos estanterías empotradas a la pared de cada lateral de la sala y llenas de libros y enciclopedias y en el centro con una mesa, una silla delante y un sillón negro de cuero detrás, rodeado de tres banderas grandes: una rojigualda con el águila de San Juan, otra de Falange, con el yugo y las flechas, y otra carlista, con las aspas de Borgoña y el fondo blanco. Detrás de la mesa y el sillón, un marco con la foto de Franco y otro con la de José Antonio y en medio unos ramos de flores colgados con una tira de seda azul con unas letras bordadas en rojo ...