Todos tenemos nuestras historias
Fecha: 16/06/2025,
Categorías:
Confesiones
Autor: Analucy Torelo, Fuente: CuentoRelatos
... clímax sentí su abundante y tibia descarga.
–Sucedió así, sin pensarlo.
¿Querías saber si follamos? –Le pregunté casi gritando.
Sí, lo hicimos hasta el final. Aunque yo tenía condones en el bolso, no recordé usarlos.
Al terminar me retiré lenta y cuidadosamente. Sentí al incorporarme, como su semen escurría entre mis muslos. Me vestí apresuradamente.
Observé que él lo había disfrutado tanto como yo. Sonreíamos sin saber que decir.
Me despedí rápidamente y me fui.
Gustavo escuchaba mi relato en silencio, su expresión era de sorpresa, no de disgusto. Tal vez, porque no podía esconder la tremenda erección, que haber escuchado mi relato le había provocado.
Al verlo, no lo pensé y lo aventé en la cama. Le pedí que no se moviera y repetimos en cierta forma lo que le había contado: Él permaneció inmóvil y yo me monté sobre él, moviéndome cuidadosamente, como si él estuviera herido. ¡Pero no lo estaba! Incrementé el ritmo, restregué mi hinchado clítoris contra su pelvis. Gustavo duró lo suficiente para hacerme correr. Él se vino copiosamente.
–Ahora sabes la historia completa –le dije, aún con la respiración agitada.
–¿Estás segura?, ¿no seguiste visitándolo? ...
... –Preguntó con curiosidad, más que con disgusto
–No. Entonces tenía otro novio. No volví hablar con él, hasta el día de la fiesta.
–¿Acaso el sexo no fue bueno? ¿No valía la pena volver a verle?
Un poco confundida por la pregunta, terminé la historia.
Llegando a la parada del autobús me di cuenta de que había olvidado mi chaqueta. Al regresar por ella, observé cómo Eva, otra compañera del grupo abría la puerta de su casa. El muy cabrón debió haberse tirado a todas las del grupo con su numerito de deprimido…
Epilogo.
Íbamos tarde a la fiesta a la que nos habían invitado los amigos de mi esposo, me tocaría maquillarme en el auto durante el viaje, algo que a Gustavo odiaba.
Él ya me había echado la bronca por no organizarme a tiempo. Sentía que la noche empezaba fatal. Al buscar el maquillaje en mi bolso la vi. No podía recordar cómo, pero estaba ahí. No recordaba haberla tomado o a él entregándomela.
–¿Por qué sonríes? –preguntó Gustavo.
–Por nada cariño –Respondí.– Tienes razón, debería planear mejor mi tiempo, lo siento.
Sonrió, tomando mi disculpa de buena gana.
Devolví la sonrisa, mientras guardaba la tarjeta de Timoteo en el compartimento interno de mi bolso.