1. Cristina, Invadida por el deseo Cap I


    Fecha: 08/05/2019, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: Dantes, Fuente: computo.ru

    ... de la mujer del cabrón de su vecino, era suyo.
    Basto sentir que subía a la cama, para que yo empezara a gemir delicadamente. Metió su glande en mi vagina, y se me escapó una exclamación agónica; me pareció que me perforaba una barra de acero candente, abriéndose paso con ferocidad de tiburón ahí donde el disminuido pene de mi marido entraba fácilmente. Solté el aire retenido en una explosión de angustia ante el voluptuoso dolor que me infligía el poderoso armatoste que me acometía. Su fofa barriga aplastaba mi vientre, haciendo patente nuestra diferencia de edad, su respiración era pesada y espasmódica, el mete saca cada vez más rabioso…  Estaba recibiendo una follada descomunal, y mi tercer orgasmo no tardó en llegar.
    Seguí respondiendo a las clavadas del viejo, que buscaba su propio clímax. Tenía los ojos cerrados y el rostro horriblemente contraído, como el de una gárgola. Miré hacia el velador, y vi la fotografía de mi boda: yo de novia, y Pablo sonriente junto a mí, como si fuera testigo de mi traición, de mi voluntario y total sometimiento a su odiado vecino. Me quedé pegada en esa imagen; sentí lágrimas que brotaban de mis ojos y corrían por mis mejillas. Lágrimas de culpa, de culpa por no poder decirle que no a aquel viejo que se saciaba conmigo. Le pedí perdón a Pablo, pero volví a incitar a ese desgraciado que me estaba convirtiendo en lo que yo secretamente deseaba.
    ―Más fuerte, viejo asqueroso… Perfórame más duro, viejo maldito ―lo apremié, gimiendo y ...
    ... sollozando, mientras las lágrimas inundaban mi cara y mi cuello. Se dio cuenta de que ahora no fingía,  y eso le provocó una risa burlona.
    ―No sacas nada con llorar, putinga —me dijo—. Es demasiado tarde, y ya no hay vuelta atrás. Ahora no eres más que una perra sumisa a los deseos de cualquiera... de cualquiera que quiera montarte donde sea…
    El muy maldito me beso, presionando mi cuerpo contra el suyo, lamiendo mi boca como un poseso.
    ―Toma puta... ¡¿Así te gusta que te la claven?!... aaaarrrrgggg... eres una niña mala que merece que le destrocen el culo a cachetazos―balbuceaba ―. ¡Eso perra!... me encanta ver como te saltan las lágrimas... grita puta, sigue gritando... llora todo lo que quieras… muéstrame como te duele que te parta con mi buena vergota… como te gusta que te la meta toda.
    Sus insultos, sus golpes y sus miradas de desprecio me tenían en éxtasis. Arremetía contra mi cuerpo con ansias atravesadas de deseo y de odio. De súbito me escupió en el rostro, y yo lo incentivé recogiendo con un dedo los restos de esa humillación, poniéndolos en mi lengua y tragándomelos ávidamente. Era su perra, y con tal de que me siguiera follando era capaz de eso y más.
    De pronto se detuvo deliberadamente, y contempló cómo yo seguía moviéndome al ritmo de sus embistes, transportada de lujuria.
    ―Siga, don Tito, por favor... ―le rogué entre jadeos.
    ―¿Quién te entiende, puta loca? —me increpó incrédulo—.  Hace un momento llorabas a moco tendido, y ahora me  pides más castigo.
    Miré la ...
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