Curioso: no me molestó
Fecha: 20/08/2018,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Ciughe, Fuente: CuentoRelatos
... En el auto tenía, desde el día anterior, un volantito. Disqué el número telefónico. En la ronda de presentación de las escorts elegí una morena carilinda, alta, esbelta y sin siliconas, no soporto los atributos femeninos comprados. Yo también quise entretenerme en “blanco y negro”. Minutos después, la morena, se sentó en la butaca derecha del Chevrolet, y arrancamos rumbo a un motel. Adriana, resultó una “bahiana gostosa” con una onda bárbara a la hora de intimar. No pude contenerme y, en la pausa posterior a la primera cogida, le comenté el motivo de porque estaba con ella: mi mujer estaba, en esos momentos, disfrutando a lo grande con otro. Su comentario fue lapidario: “será porque ella debe buscar afuera lo que no consigue en casa”. Nos casamos, Romina y yo, aproximadamente 25 años atrás (ambos estamos a los inicios de la segunda mitad de los 40) y si bien, aun hoy es gratificante para mí, hacerle el amor, ella tenía ganas muy de tanto en tanto y cuando aceptaba, se conformaba con poquito y clásico (sospecho que hace mucho que no quedaba satisfecha). Obviamente, la rutina (y tal vez mi torpeza), le fue erosionando la pasión por su pareja, yo. Entonces cruzó la frontera en procura de lo que su libido le requiere. Lo que estoy relatando ocurrió, un lunes del último verano en la playa de Bombinhas, en el sur de Brasil donde tenemos un departamento, con vista al mar. El viernes precedente, a tarde avanzada, sentados a orillas del mar, después del baño, con sendos vasos de ...
... bebida lo vimos avanzar, lentes oscuros y silla playera en mano. Caminaba como pisando resortes. De él emigraba la imagen de fuerza, de hombre que usa los brazos y transpira la ropa. Yo podía observar a mi esposa que, al ver el recién llegado, pareció que no podía desviar la vista. Sus ojos bajaban de su cabeza a sus pies, pasando por el tórax: cuero y acero bajo tensión, la cintura de guitarra, la anguila enrollada en el slip de baño, los muslos poderosos y viceversa, subían, luego, de pies a cabeza. O sea ella lo escaneaba, lo exploraba, ensimismada. De repente el mulato se detuvo a algo más de un par de metros de nosotros, dejó la silla y comenzó una serie de 10 o 20 flexiones. Los brazos elevaban y bajaban el cuerpazo, el pecho betún claro, rozaba la arena, en el cuello se marcaba una vena que inducía a imaginar un torbellino de sangre bombeada por un corazón de cíclope. De pronto como impelido por un trampolín el moreno, saltó y recobró la vertical sonriente de frente a nosotros, El mirar de Romina subía y bajaba, las mejillas encendidas y los senos agitados. El hombre se sentó y sólo pareció interesado en el agua, las nubes, el horizonte. Ella estaba como en trance, parecía no importarle ni yo ni los demás veraneantes. Con certeza el mulato con proporciones de estatua y su sonrisa silenciosa le provocaban “comezón” en los “países bajos” inconscientemente, una de sus manos, rozó su entrepiernas. Los días siguientes, nosotros y el moreno, elegimos las mismas ubicaciones en la ...