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Mi sobrino me quiere violar
Fecha: 26/11/2025, Categorías: Incesto Autor: Princesa cruel, Fuente: TodoRelatos
... apretadita que te marcaba todo. Sucia y sexi”. Tragué saliva. Me acomodé mejor en la almohada, y leí el siguiente. “No sabés lo que me calentó verte así, con esa musculosa pegada al cuerpo. Con las tetitas bien paradas y los pezones marcándose”. Me mordí el labio. El aire acondicionado me acariciaba la espalda mojada, y se metía entre mis muslos. “Si no fuera porque estaba el tío ahí, te agarraba de los pelos y te cogía contra la heladera”. Ese mensaje me perturbó un poco. Primero, porque Enzo dejaba en claro que, después de haberme cogido, daba por sentado que podía hacerlo cuando quisiera. Segundo, porque, por su manera de expresarse, parecía estar hablando de una relación forzada. Casi una violación. Igual seguí leyendo. Me sentía una adolescente teniendo sus primeras experiencias. Con esa adrenalina que te produce lo prohibido. “Todavía tengo la sensación de tu boca en mi pija. Se nota que sos una petera experta. Me encantó cómo lo hiciste”. Sentí un calor subirme por la columna. Me di vuelta y me quedé mirando el techo. El corazón se me aceleró. No es que me estuviera diciendo nada original. Pero la situación, en conjunto, me calentaba mucho. “Te quiero ver de nuevo así, a mis pies, con esa carita de nena puta mientras te tragás toda mi leche”. Tuve que respirar hondo. Apoyé el celular en el pecho, pero vibró de nuevo. Otro. “¿Te gustó cuando te comí el orto? A mí me volvió loco. Lo tenías tan limpito y perfumadito como lo había ...
... imaginado. Podría haberme quedado una hora entera ahí, pero en un momento te tenía que empezar a coger”. Yo simplemente leía los mensajes, sin responder. Pero el hecho de que lo dejara en visto parecía ser más que suficiente como para que me siguiera escribiendo. “La puta madre. Solo de escribirte ya se me puso la pija dura. Y el tío hablándome de Cortázar”. Eso me irritó. Estuve a punto de responderle, diciéndole que no escribiera esas cosas mientras estaba con Fabricio. Con que solo mirase de reojo la pantalla del celular de Enzo bastaría para que se desatara el desastre. Pero no le dije nada. “Hoy a la noche te espero en la pileta otra vez”, me escribió después. Cerré la conversación. Apagué la pantalla. Me quedé ahí, desnuda sobre las sábanas, como si el cuerpo me pesara el doble. Como si su voz me llegara desde el celular y se me metiera entre las piernas. No sabía si iba a poder frenarlo. No sabía si quería. Todavía tenía el delineador en la mano cuando se me ocurrió la idea. Salí del cuarto con una media sonrisa en la cara, encontrándome a Fabricio en el living, sentado en el sillón con los lentes de leer puestos y un libro abierto sobre las piernas. Estaba concentrado, ajeno a mí, y por un segundo me dio ternura esa imagen: el hombre con el que construí una vida, inmerso en sus lecturas mientras yo intentaba rescatar algo que tal vez ya no existía. —¿Y si salimos a comer afuera esta noche? —le dije, haciendo que levantara la vista por encima de los ...