Umbral I El Inicio del Desequilibrio - Relatos Eróticos

Umbral I El Inicio del Desequilibrio

... Íntima.

Y por primera vez, no se sintió atada.

Se sintió reconocida.

El estudio olía a madera barnizada y a cuerpos calientes.

La clase de danza había comenzado puntual. Diez alumnos repartidos por el espacio. Zapatillas de jazz, camisetas amplias, calentadores. Ritmo tribal en los altavoces. Movimiento de pelvis, de tronco, de suelo. Todo se coordinaba. Nada se detenía.

Y entre todos ellos, Sofía.

Vestida como siempre. Con el rostro neutro. La respiración centrada. Las piernas en tensión.

Pero había una diferencia.

La cinta negra en su muñeca izquierda.

No era un adorno. No era parte del vestuario. Nadie preguntaba por ella. Nadie tenía por qué.

Solo Bruno.

Que observaba desde el fondo del estudio. De pie, junto al espejo. Camiseta blanca, brazos cruzados. Esa misma calma imposible que volvía loco al grupo. Esa autoridad sin gritos. Esa mirada que pesaba más que cualquier orden.

Sofía sabía que la observaba. No necesitaba girarse.

Sabía que él notaba cada pequeño gesto. Cada mínimo retraso en el ritmo. Cada fallo de técnica. Cada respiración fuera de lugar.

—Deteneos —ordenó Bruno de pronto, sin levantar la voz.

Todos pararon. Respiración agitada. Miradas hacia él.

Bruno caminó hacia el centro del grupo. Lentamente. El suelo crujía con cada paso. Se detuvo a medio camino entre todos. No miró a nadie. Solo señaló con un dedo.

—Sofía. Al frente.

Ella se acercó. Sin dudar. Sin temblar.

—Repite la última secuencia. Tú ...

... sola.

El grupo en silencio. Solo los latidos. El zumbido de los altavoces en pausa.

Sofía asintió. Se colocó. Inició la secuencia.

Cadera. Giro. Baje. Apertura. Disociación. Pivote.

Cuando terminó, Bruno se acercó. Muy cerca. Demasiado para lo que sería normal entre instructor y alumna.

—¿Has hecho tu máximo? —preguntó, sin ironía.

—Sí.

—¿Estás segura?

—Sí.

Bruno no contestó. Solo levantó la mano y le colocó dos dedos bajo la barbilla. Un gesto leve. Íntimo. Casi invisible para el resto.

Sofía contuvo el aliento.

—No bajes la mirada —murmuró.

Ella lo miró a los ojos. Firme.

Bruno bajó la mano. Dio un paso atrás.

—Bien. Volved todos a la diagonal.

Los alumnos obedecieron.

Sofía regresó a su lugar, con el corazón acelerado. Pero algo había cambiado.

Bruno le había dado una orden velada. Una marca delante de todos. Nadie la había visto.

Pero ella sí.

Y esa humillación sutil, privada, absolutamente controlada…

La excitó más de lo que habría querido admitir.

La clase terminó con aplausos breves y respiraciones agitadas. Algunos alumnos se estiraban aún en el suelo. Otros recogían sus botellas, toallas, móviles.

Sofía no se movió.

Seguía de pie, junto a la barra. El cuerpo vibraba por el esfuerzo, pero no era eso lo que la tenía paralizada.

Era él.

Bruno, desde el otro extremo del estudio, la miraba.

No dijo nada.

Solo asintió con la cabeza, leve. Y salió del aula por la puerta lateral que conectaba con el ...