En promesa en años. Hecho infidelidad
Fecha: 23/04/2018,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Andrés me había dicho que iría en la noche, a donde su madre. Su madre era una vieja alcólica de 71 años, en lecho de muerte. Aunque no me llevaba nada bien con esa señora, no podría negar que me provocabalástima. Nada más que eso. Yo, ahora estaba en medio de una cafetería, a las nueve y media de la noche. El té se había congelado. No me importó. Por suerte no estaba sola. Un hombre de poca barba, alto, pálido, delgado, ojos café, mejillas rojas, cabello negro, rebelde, estaba a mi lado. Leonardo Jonnas. Leonardo fue un viejo amor. Lo conocí a mis diesiocho años, cuando aún la vida era una ruleta para mí. Leonardo era mi tutor. No era mayor. De hecho, yo le llevaba algunos meses. Durante tres años, me enseñó biología pura, e inglés. En tres años, me enamoré de él. En tres años, besé sus labios. En tres años lloré en su pecho. Leonardo tenía veinticinco años. Y yo ventiséis. Él cumpliría en diciembre. Yo había cumplido en febrero. Yo detallé su cara. Sus labios. Me costaba verlo y seguir una conversación. Me costaba más imaginar, pensar, preguntarme:¿por qué mi corazón dio un salto al verlo? -Joanne -me ha llamado. -¿Sí? -¿No me has dicho que las once? Son las y media. Esa hora, era mi hora de volver a casa, se lo mencioné muchas veces. -Mierda. En aquel momento pensé que más que avisarme la hora, quería desaserse de mí, ir a donde su novia, Anna, ¿esa así su nombre? No me importa. Me levanté y fui a pagar. No duré un minuto me fui. Leonardo me seguía. No sé por qué. -¿Te has ...
... enojado? -¿Yo? No. -Mentira. Levanté mis hombros, nunca me detuve. La noche estaba aquí, y con ella callejones oscuros, calles solas, murmullos, putas en las esquinas, borrachos. Era un sábado. Un caos en esta ciudad. -... aún te amo. Escuché. Me asusté. No me detuve. -Pienso en ti. No respondí. Sentí la sombre en mi espalda. No dije nada. -Aún sueño follarte. -Cerdo -dije, sin pensarlo. No volteé. -Has escuchado todo. Te quiero. Te he extraño. -No hables de eso aquí. -No me des las esplada. -Vete. Caminé más rápido. -No. Corrí. -Vete -repetí. -No. Corrí. Resbalé. Vi su rostro en el piso, su cabello estaba en su rostro. Él me trata de levantar, lo manoteo. -No me pongas la mano encima. Peso cien kilos. Mi grasa puede pegarse a tu cuerpo. -Párate. -No. -¿Te quedarás en el piso? -Sí. -Menuda terca. Sonríe, me jala. -Te llevo a casa, venga. -Puedo ir a pie, no queda lejos. -Te acompaño. No le miro la cara. Limpio mi ropa. Camino. -Me mientes -dije. -¿Cómo? -Mira, es ese edificio, largo. Llegué. Largo. Fui derecho. Tomó mi brazo. -Aún te amo. -No. -Hablemos de eso. -¿Adentro? ¿En mi habitación? Estás loco. Aquellas palabras fueron en vano. Joanne, 26 años, editora de una revista departamental, con pareja, años de carrera, había cedido a los deseos de un hombre. -Toma un poco de café, vete. Te dejé entrar por lástima, hace frío afuera. Pero no me importa. Vete. -¿Cómo se llama él? Pasé saliva, dejé mi chaqueta aun lado, tomé una silla, me senté al frente de él. -Andrés. -¿Cuántos ...