1. La chica de la tortilleria


    Fecha: 01/01/2018, Categorías: Tabú Autor: Arandirelatos, Fuente: xHamster

    ... colocó el condón y gocé cuando, por primera vez, ella tocó mi tieso miembro mientras colocaba el profiláctico.Me ofreció el convencional servicio oral y yo me recosté en la cama, dispuesto a disfrutarlo. Pese a la membrana de látex, su boquita se sentía calientita, sin embargo, su inexperiencia era evidente.Yo ya no aguantaba y me levanté de la cama y la acomodé de a perrito. Se la dejé ir de un solo empujón. Me dijo que aún no había puesto el lubricante necesario y yo hice oídos sordos y me la seguí bombeando. Sé que ella aún no estaba excitada pero yo sí.Era delicioso saber que aquella chica, que hasta apenas unas semanas me despachaba las tortillas, con una sonrisa en su bello rostro, ahora me brindaba su pucha por unos cuantos pesos. Y eso sí, yo estaba dispuesto a disfrutar cada minuto de esas dos horas ya pagadas.En la posición de perrito estuve más de veinte minutos y, pese a sus pequeñas quejas, yo no paraba. Me encantaba ver como se veía a sí misma en un espejo colocado, muy morbosamente, en aquel pequeño cuarto. No habíamos dicho nada (ni ella ni yo) de sabernos conocidos, y me preguntaba qué podría estar pasando por aquella cabecita, mientras se veía a sí misma siendo empalada por aquel que, tan sólo unos minutos antes, le había propuesto salir de cita.Antes de la primera cita, yo ya me la estaba penetrando y eso me prendió.Sin decirle nada, la recosté en la cama, coloqué sus piernas abiertas sobre mis hombros y así me la ensarté. La estuve bombeando mirándola ...
    ... directamente al rostro, pero ella evadía mi mirada. Julieta miraba a la pared con una expresión de pocos amigos, como si estuviera m*****a.Cansado de su desdén, retiré sus piernas de mis hombros y me recosté sobre ella. Pasé una de mis manos bajo su nuca e hice, con suavidad eso sí, que su cabeza girara hacia mí. Por fin nos miramos directamente a los ojos, sin embargo, aún guardaba un inescrutable silencio.La bombeé lo más duro que pude, tratando de atravesar su impenetrable coraza, pero ella no emitió más que leves quejidos.—¿Por qué no dices nada? —le pregunté.—Decirte ¿qué? —entre leves quejidos, por fin ella me respondió.Mientras ella permanecía en silencio yo pensé: «¿Qué habría pasado si yo no hubiese ido a ese lupanar? De seguro ella nunca me habría confiado a qué se dedicaba, lo más probable es que ni su esposo sepa nada al respecto. Bueno, por lo menos le llevo esa ventaja a ese güey».Tras otro momento de silencio, en el que nos miramos fijamente, la besé. Ella evitó que lo volviera a hacer argumentando que aquello no estaba permitido. Las chicas no besaban a los clientes en la boca.Podía observar en su frente unas gotitas de sudor, lo que me hizo recordar aquel momento cuando la conocí en la tortillería, cuando ella sudaba debido al calor que se encerraba en aquel local, sólo que ahora la causa de ese sudor era diferente.—Me gustas, me gustas mucho —me atreví a confesarle.Ella se quedó callada mientras yo no dejaba de penetrarla. Decidí actuar de otra forma. Me salí de ...