La vida de Eve
Fecha: 21/12/2017,
Categorías:
Dominación
Hetero
Autor: EvaManiac, Fuente: CuentoRelatos
Tenía ganas de aprovecharme de la dulce soledad derivada de una reciente ruptura con mi novio Pablo que, tras un tiempo de rencillas, al fin conseguí que desapareciera por unos días en lo que se nos ocurrió llamarlo “un descanso”. Hacía varios meses de eso y, sin duda, me estaba adaptando de maravilla a esa libertad que, si bien ofrece un sinfín de oportunidades con otros hombres, en realidad lo que regalaba era la ausencia de ellos. Y, afortunadamente, mis juguetes no daban el coñazo. Vestida de oficina, con falda de tubo y chaqueta oscuros, y unas medias perla que hacían resaltar mis Blanik morados, aparqué el coche a una manzana y caminé hacia el portal de mi casa en movimiento presto y forzado. La falda apresaba mis rodillas, y las prisas obligaban a mi cuerpo a contornearse para delicia de algunos mirones. Justo en mi edificio habían empezado unas obras de remodelación que aglutinaba unos cuantos obreros en posición de descanso, bocadillos en mano, y soeces en ristre: “Eh, preciosa, si fueras mi madre papá iba a dormir en el sofá…”, “Niña, tu casa debe estar en obras, porque no veas qué polvo tienes…”, “¡Joder qué curvas… y yo sin frenos”… Reconozco la gracia de estos tipos que, probablemente, volverían a casa después de trabajar muy duro para encontrarse con unas esposas horrendas, obesas y sudorosas, así que con cara de ofendida pero mostrando una risa muy sutil en la comisura de mis labios, dejé ir un leve “cochinos”. En realidad estaba bastante acostumbrada ya a ...
... escuchar este tipo de guarradas frente a las obras urbanas, pero aun así sentía cierta simpatía por su situación y, si se me permite la intimidad, hasta podían ponerme caliente en esos días del mes. En un solo fotograma de mi imaginación me los imaginaba corriéndose todos en mi cara en un improvisado bukkake. Un asco en verdad. Al llegar a mi rellano resultó que las obras se hacían justo frente a mi puerta. Recordé entonces que, efectivamente, la señora que habitaba ese piso lo había vendido y, probablemente, estarían renovándolo por completo. Mientras introducía mi llave en la cerradura me resistí a mirar atrás, pero pude sentir cómo clavaban su mirada esos poetas callejeros. Ni siquiera el ruido de los trabajos iba a interrumpir mi proyecto de baño y la copa de Cavernet que lo acompañaría. Pasaron los días y las obras eran cada vez más molestas y ruidosas. Incluso alguno de las paletas se permitía de vez en cuando llamar a mi puerta para solicitar que les llenara un cubo de agua o que les prestara mi aspiradora. Yo nunca hacía preguntas, me limitaba a ser cortés y a expulsar de mi intimidad a cualquier extraño ajeno al momento. “Gracias señora”, me espetó muy respetuosamente el último que me pidió algo, como si cada tarde no me follaran todos con la mirada, y como si sus piropos fueran grandes citas de Plutarco. Y entonces, aquella tarde, llamaron al timbre una segunda vez. Cuando abrí la puerta, un tipo de metro noventa, corpulento, sucio y maloliente dio rápidamente un paso ...