Carta a una antigua amante (I)
Fecha: 17/12/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... fue ciertamente muy especial. Aprovechaba cada descuido de nuestros compañeros para palmearte el trasero, y rebuscaba cada instante desierto de gente para cogerte vigorosamente y sentir vibrar en mí las soberbias y tenaces redondeces de tus pechos. Recuerdo que te gustaban las expresiones "trincar" y "coger", argentinismos para follar, hacer el amor, fornicar, y te las susurraba despacito cuando te pellizcaba las nalgas como una promesa de las cosas que te haría y un anuncio de los espasmos que conmigo alcanzarías. Finalmente llegó el domingo de aquella espléndida semana y debimos emprender el regreso para asistir a las clases del día siguiente. Carlos quería salir temprano a la mañana pensando que la carretera estaría repleta de autos, pero comenzamos el viaje recién alrededor del mediodía, si no me equivoco, luego de visitar la iglesia de la Macarena, a donde querías ir, y a un reducto de los romanos cuyo nombre olvidé, a pesar de ser un estudioso entusiasmado de la historia antigua. La tarde se anunciaba gris, con lloviznas aisladas. A medida que el carro devoraba kilómetros y nos acercábamos más y más a Madrid, nos invadió cierta nostalgia por todo lo bonito que habíamos disfrutado, los jirones del alma que allí dejábamos y, en lo personal, mil ideas extrañas me daban vueltas en la cabeza. Sentados juntos, tú y yo, como siempre, en el asiento posterior (me ...
... encantaba dejar indolente mi mano en el espacio que ocuparías al sentarte, para gratificarme luego con el contacto de tus ancas), la lluvia nos acercaba aún más, aprovechábamos los largos silencios que se producían con los otros y, simulando dormir, volvías tú a arrellanarte sobre mi pecho y yo a cubrirte con mi chamarra para darle rienda suelta a las caricias que mi mano dibujaba bajo tu falda. Acercabas mi boca a la mía, y espiando hacia adelante para asegurarme que no nos vieran, besaba largamente tus labios fruncidos, lamía con fruición la calidez de tus mejillas y contorneaba dulcemente las líneas de tus orejas. Tu boca para mí era un néctar, un damasco abierto al sol, un manantial de cariño más cautivante que las más fuerte de las bebidas. Te dejabas besar, y respondías a mi besos con tu lengua ardiente que llevaba hasta mis resquicios más recónditos todo el sabor tropical de tu cuerpo incandescente. No podía yo detener mi mano, que buscaba descarada el fuego de tu vulva, y tú no podías demorar las tuyas, que escrutaban fogosamente mi bulto queriendo excarcelar nuevamente la luminosidad de mi miembro; el hambre de tu boca absolvía la irreverencia de mi erección, y soñábamos ambos con la noche escandalosa que nos concederíamos en tu habitación de la Universidad. Agarrada tú de mi manija y yo de tu trasero, contábamos los minutos que nos separaban de ella.