Carta a una antigua amante (I)
Fecha: 17/12/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... compañera sólo me concedió que, precipitado por el deseo, casi me arrancara el pantalón para liberar temerariamente mis partes más íntimas que sabía bien tanto te atraían. Y no estaba errado. Abandonando las caricias con las que obsequiaban mi pecho y mi espalda, y acompañando el asombro de tus ojos saltones, tus manos capturaron los bordes de mi slip investigando ávidamente la forma de retirarlos. Era tal tu temperatura, que tus ojillos se abrieron brillando desmesuradamente cuando sin demora lograste tu propósito. Tenías ahora en tus manos el objeto codiciado, y al grito susurrado, ahogado y trepidante, pero inolvidable para mí, de "¡Qué pepa, qué pepa!", "¡Por Dios, qué gloria!", sumergiste tus dedos en "mi pepa" y me regalaste las caricias más fantásticas que mi arrobada imaginación alentaba. Escuchar tu voz encendida, y sentir en mi piel los adjetivos que mi miembro orgulloso te inspiraba, estimulaba aún más la irrigación sanguínea que endurecía implacablemente al prisionero de tus manos. Con las mías en tu cabeza, la fui acercando dócilmente a mi vientre ordenando en silencio a tu boca que homenajeara la materia de tu deseo, pero tu instinto malicioso prefirió desarrollar un juego perverso y endiablado: sujetando férreamente mi pene, le acercabas tu boca prorrumpiendo incitantes chillidos, lo besabas muy ligeramente, retirabas tus labios, aumentabas la intensidad de los masajes que brindabas al tronco erecto, y le acercabas exultante tu boca que me enloquecía para ...
... apenas rozarlo. Mucho no pudo durar tu juego: mi fogosidad se derramó entre nosotros sobre aquella vieja cama y quisiste conservar como un regalo los restos en tu pañuelo para evitar que tales pruebas nos delataran. La visión de esas tus manos puñeteras empuñando la dureza de mi pedazo y tus encarnados y jugosos labios tan cerca de la cabeza de mi verga cuando la emulsión manaba con un chorro triunfante no me abandonaron un sólo instante en todo aquel fin de semana que pasamos en las fiestas de Sevilla, que fue sin duda alguna uno de los fines de semana más hermosos y radiantes de mi vida. No era sólo el indomable hechizo sexual que habías sabido avivar en mí: tu ternura, tu comprensión, tu bondad, tu increíble compañerismo que jamás, jamás, volví a encontrar en otra persona, habían calado muy hondo en mi alma en muy pocos días. No era sólo que me embrujaba disfrutar la más pura atracción animal que mutuamente nos profesábamos, que sencillamente me enloquecía: era fabuloso estar contigo, recorrer de tu mano las callecitas de Sevilla, los paseos por la rambla del Guadalquivir, robándonos besos clandestinos a la sombra de la Torre del Oro o al costado de la Giralda. Si me había sentido orgulloso junto a ti cuando asustada te refugiaste en mis brazos la tarde que medio nos descuidamos en el Albaicín de Granada (porque llevabas todo tu dinero encima), o cuando nos perdimos en el laberinto del Generalife adyacente a la Alhambra, aquel último fin de semana de nuestro viaje por Andalucía ...