1. Cristina, Invadida por el deseo Cap I


    Fecha: 08/05/2019, Categorías: Infidelidad Tus Relatos Autor: Dantes, Fuente: computo.ru

    ... de modo que estaba pegada a mis pechos, y mis pezones casi al desnudo, para deleite del afortunado vejete. Me preocupó por un momento la impresión que podía darle; quizás pensaría que yo era una provocadora. Esto último me excitó, y descarté toda posibilidad de que lo comentara con mi marido, ya que ambos sólo se dirigían la palabra para pelear.
    Un extraño impulso me incitaba a jugar con don Tito; quería verlo deseándome, me estremecía al pensar que estaba sola en la casa con un viejo verde ansioso de probar mi cuerpo. Instintivamente mi cola se paró, mis hombros se fueron hacia atrás y mi caminar se volvió exquisitamente sexy pero casual a la vez. Cuando llegamos a la cocina, me incliné en ángulo recto para coger el azúcar de un  compartimiento situado en la parte inferior de la estantería; me demoré simulando que no la encontraba. Cuando decidí que la había encontrado, me di vuelta, y vi cómo el viejo se enderezaba, advirtiendo al mismo tiempo la tremenda erección que se le notaba bajo los pantalones. Seguramente se dio cuenta de que le miraba el bulto, pero no dijo nada, así como yo tampoco dije nada al sorprenderlo  admirando mi trasero. Estaba muy nerviosa, pero no de la forma común y corriente, sino de esa forma que sólo la excitación extrema puede provocar… Le pedí que pasara el tazón que traía, y lo puso a mi alcance, sobre la cubierta del mesón. Empecé a llenarlo, pero de a poco; quería que ese momento durara lo más posible. Sus ojos llegaban a la altura de mi ...
    ... cuello, pues era más bajo que yo; lo tenía a treinta centímetros de mí, y miraba descaradamente mi blusita pegada a mis pechos casi desnudos. Más que excitación, lo que vi en su cara era calentura. Ese viejo me quería comer los senos, y yo lo sabía… Lo sabía, y también me excitaba… Y lo que me excitaba más era el hecho de que yo se los estaba mostrando. Era una puta calentando a un viejo verde, al mismo que mi marido detestaba por sólo unas miradas indiscretas. ¿Qué diría si lo viera comiéndose con los ojos las ubres de su hermosa mujer?  
    Terminé de llenar el tazón de azúcar y me volví dándole la espalda; cerré los ojos y suspiré sin que él me viera, tratando de recobrar el control. Simulé que ordenaba algo en el mueble de la cocina; estaba consciente de que él me miraba por detrás, y el hecho de no saber dónde me clavaba la vista me generaba ideas demasiado turbulentas.
    —¿Sabes, Cristina?, tienes unas piernas preciosas ―dijo de pronto. Me quedé helada―. Espero que no te moleste que te lo diga —añadió.
    ―No ―respondí. Estaba inmóvil; supongo que le parecí un poco sumisa, porque prosiguió:
    ―Y esa cintura… es de película. ¿Estás yendo al gimnasio?
    Asentí con la cabeza; si le hubiera respondido con un “sí”, se habría escuchado más como un gemido que como una palabra.
     ―Y esa cola… nunca he visto nada más fantástico―. Sentí que daba un paso hacia mí, y luego posó suavemente sus manos en mis caderas―. Guauu...  y tu piel es suave como la seda.
     ―Gracias, don Tito ―dije nerviosa, ...
«1...345...18»