Y estallaron las estrellas...
Fecha: 25/07/2019,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Me llamo Hilda R., tengo 34 años y desde que terminé mis estudios secundarios mis padres decidieron casarme con un anciano ricachón del pueblo en que vivíamos. La boda, claro está, complació a todo el mundo, menos a mi persona. A través de los siguientes doce años, mientras que me desarrollaba como mujer, adquirí la frigidez total en mis relaciones sexuales. Principalmente porque mi marido me lo hacía mediante un manual de posiciones sexuales que se suponía milenario y procedente del Oriente.Me cogía dos veces a la semana, al principio, pasados los años, apenas una o dos veces al mes y cada vez con él era un suplicio. No sólo por su avanzada edad, en que había que pararle el pene a fuerza de besos y mamadas; sino que encima de eso, había que adaptar el cuerpo desnudo a todas las posiciones ridículas que venían en el maldito libro.Claro está que mi marido no tenía la menor consideración por mis necesidades sexuales. Para él yo era solamente un objeto trigueño, bonito, de buenas nalgas y grandes tetas en el cual podía descargar su libido sexual enfermo, mediante aquellas posiciones detestables. Y creo que todo hubiese seguido de la misma manera por otros doce años si la suerte y la casualidad no me muestran que el camino que había llevado todo aquel tiempo, era falso y equivocado... por completo.Nos encontrábamos de vacaciones en la playa. Aquel año decidimos, en lugar de rentar una cabaña apartada, alojarnos en un hotel de categoría en el balneario que escogimos. Como era de ...
... esperarse, mi marido sintió los deseos de hacerme suya la misma tarde en que llegamos al hotel. Y como era de esperarse, me desnudó colocándome en sus extrañas posiciones, con su pene flácido, casi sin vida, trepado en mis caderas y tratando de clavármela sin resultados positivos. Yo aceptaba, allí en el lecho, sus avances y posiciones con la mente puesta en la playa cercana, el sol, la risa de los bañistas... todo lo que pudiera apartarme de la detestable escena por la que me veía forzada a pasar.Finalmente mi marido, que estaba a mis espaldas en una de sus posiciones más extrañas, logró soltar su leche aguada sobre mis muslos y se quedó dormido casi al momento.Yo estaba echando chispas. Mi cuerpo ardía de la fiebre del deseo. Me levanté de la cama acercándome al espejo de cuerpo entero, en que segundos antes viera mi figura desnuda y el cuerpo en forma de macarrón de mi esposo. Mis senos altos, llenos y blancos, se movían lentos y tentadores. Me los copé en las manos, moviéndolos al compás del fresco que entraba por la abierta ventana... viendo como los duros pezones se crecían y engordaban hasta convertirse en pelotitas de carne oscura y tierna.Deslicé una de mis manos por el vientre, siguiendo la comba de mi feminidad hasta que los dedos quedaron prendidos en los vellos púbicos, abundantes y espesos que formaban una masa de lujuria animal entre mis muslos. De allí deslicé dos dedos hasta la entrada de mi vulva y, apartando los protuberantes labios, comencé a introducirlos ...