El orgasmo de Charo
Fecha: 07/11/2017,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos
Siempre me visto ligera de ropas. Ese mediodía me paseaba por el barrio con un pantaloncito vaquero muy corto, que dejaba ver la curva de la parte baja de mi culo, una camiseta de tirillas, que no me cubría el nacimiento de mis tetas desde las axilas, y unas chanclas playeras. Si a mi manifiesta semidesnudez le sumaba la perfecta depilación e hidratación de mi epidermis y los rasgos finamente marcados, gracias al maquillaje, de mi rostro, no resultaba nada extraño que llamara la atención de los hombres, de todos sin excepción. Llegué a mi casa muerta de calor. Mi marido preparaba la comida en la cocina; llevaba puesto un mandil que le protegía la piel de las posibles y más que peligrosas salpicaduras. Mi marido era joven, como yo; sus brazos fibrosos movían un sofrito. Se percató de mi entrada inmediatamente, claro que es normal, pues yo procuraba hacer ruido con las chanclas. Me miró. A los pocos minutos ya estábamos follando: el calor, el sudor... es lo que pasa, que estimula el deseo. En penumbra, en nuestra cama de matrimonio, mi marido gozó de mí, me poseyó. Metió su polla, humedecida por mi saliva, ya que yo antes se la había estado chupando, en mi chochito y comenzó a bombearme. Ah, me gustaba sentirme llena de él. Sus gruñidos de satisfacción me transmitían su llegada a ese paraíso donde las mujeres eran todas putas siempre dispuestas. Esa manera de estrujar mis tetas con su boca cuando le venía el orgasmo era algo que me recordaba mi condición de mujer, provista de ...
lo necesario para dar regocijo a su hombre. Ah, pero... ¿para cuándo mi propio orgasmo?; mi marido no me lo proporcionaba, se limitaba a tener el suyo. Decidí que de mañana no pasaba, y, si él no me lo daba, me lo daría otro. Al día siguiente volví a pasearme por el barrio mostrando mi femineidad, no obstante lo que me proponía era conseguir un macho que colmara mi deseo de lograr el clímax, alguien que no se tuviese a sí mismo como el centro del universo, alguien, quizá desdichado, quizá abandonado, que sin esperanzas de prevalecer, tuviera el valor suficiente de darse a los demás. No tardé mucho en encontrar un candidato: un tipo que parecía reunir las características: más bien barrigón, de brazos débiles y piernas delgadas, con ese rictus en la cara de desgraciado al que la vida maltrató, para el que con total seguridad yo sería un premio inesperado. Como no me quitaba ojo, cuando pasé por su lado me detuve, y doblando mi cabeza graciosamente, agitando mi media melena, le pregunté sonriente: "¿Tienes hora?". Me la dio tras sacar su móvil del bolsillo de sus pantalones y consultarlo. Entonces le solté: "¿Tienes alguna cosa que hacer ahora?". Me dijo que no. "Bien, pues te doy una hora para que disfrutes de mí cuanto te plazca". Él, de primeras, desconfió, pero poco a poco le fui convenciendo de que no hacíamos nada malo, y accedió. Me llevó a su piso. Fue mi primer orgasmo, y jamás lo olvidaré. El tipo, que decía llamarse Germán, me invitó a sentarme en el sofá; se metió en ...