Libertad
Fecha: 07/07/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Havelass, Fuente: CuentoRelatos
Dunia esperaba en la esquina. Su falda larga apenas mostraba un poco de su piel, la del tobillo cercana a los zapatos de tacón. Guillermo, un ejecutivo freelance con vocación de soltero, la observaba desde detrás de la cristalera del bar de enfrente. ¿Quién sería su nuevo amante? La envidiaba. Sí, Dunia era gorda, ¿y qué?; sabía cómo comportarse en la cama con los hombres, conocía cuáles eran las manivelas que debía accionar para que gozasen, si no que se lo preguntasen a Guillermo. La primera vez que éste probó con Dunia estaba muy salido. Ella le propuso ir a cenar a un restaurante chino, y la conversación sobre sexo salió de sus bocas con total naturalidad. Conforme hablaban, Guillermo notaba como su pene iba creciendo en el interior de sus slips hasta dolerle. Miraba los labios y los ojos de Dunia moverse y, en fin, ella era gorda pero ¡tan guapa!: sus suaves y tiernas mejillas, sus labios rojos, sus largas pestañas... Después, entretanto seguían conversando, Guillermo se detenía a medir el volumen de sus gruesos pechos que ella apoyaba sobre la mesa al descuido, flácidos y seductores. Verla desnuda será un deleite. «¿Oye, nos vamos a mi casa?», soltó ella de sopetón; él asintió. Nada más atravesar el umbral del pisito de Dunia, en cuanto ella echó la llave por dentro, Guillermo se abalanzó sobre la mole del cuerpo de ella, estrujando su trasero celulítico con las palmas de sus manos sobre la falda, mientras la besaba ferozmente en los labios. Estuvieron de esa manera ...
más de cinco minutos: las respiraciones de ambos estaban muy agitadas; se separaron despacio y se observaron. «Vamos a mi cama», dijo ella, ciega de deseo; «Si, vamos», dijo él. Se desnudaron con la luz apagada, cada uno a un lado de la cama. Guillermo oyó el quejido de los muelles cuando el peso de ella se asentó en el colchón; él entonces se dejó caer con suavidad sobre ella. Notó la temperatura de los pechos de ella sobre su torso, y se encorvó para besarlos en todo su contorno, casi los podía masticar de tan esponjosos que los tenía. Su pene, completamente tieso, rozaba el peludo coño de Dunia en cada movimiento. Ella contoneaba sus caderas como adecuando su posición a una pronta penetración. Él agarraba los pliegues de su gordura en la cintura de ella para ayudarse a encontrar los labios vaginales por donde inyectar su fogosidad y poder calmar la de ella. Así, a tientas y a oscuras, sus cuerpos finalmente se acoplaron; y copularon. Sí, con Dunia; fue la primera vez. Pero Dunia, que desempeñaba una eficaz labor como redactora y entrevistadora en un prestigioso periódico local, no siempre estaba disponible, y había días en que Guillermo tenía que apaciguar su libido masturbándose. Como ese día, cuando, sabiendo Guillermo que Dunia estaría tomando café en su bar favorito, él entró decidido a entablar conversación con ella y terminar en su cama. Porque sí, Dunia era gorda, pero también joven, frisaba los cuarenta, muy sociable, y apetecible: a ningún hombre se le pasaba por ...