Esta vida tan hermosa
Fecha: 02/03/2019,
Categorías:
Infidelidad
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
... quería, pero, aún así, no era su condición de callejera lo que me tenía conmocionado, sino el que su relación se hubiera establecido precisamente con el sujeto que yo más detestaba y el menos indicado para mantener el secreto de la sexualidad de mi esposa que yo guardaba con gran esmero. ¿Por qué lo hizo? Era evidente que todo lo premeditó pues su rondar cerca de la oficina y su cruce en el camino de Rafael había sido sin ninguna duda intencional. Hoy, como ya dije desde mi primer relato, todo está perfectamente claro: su mayor placer sexual lo obtiene de la más perversa humillación de la persona que ama, y esta persona, que soy yo, alcanza a su vez la cima del goce retorcido del sexo mientras más es humillado por la mujer que adora. Extraño, ¿verdad? Depravación, dirán algunos, inexplicable incluso para la petulancia doctoral de sicólogos sexuales. Pero, lo repito, somos inmensamente felices y cuidamos y adoramos nuestra perversidad tanto como cuidamos y amamos nuestra maravillosa ternura. Cuando volví esa noche a casa, a diferencia de aquella vez en la cabaña, ya sabía lo que iba a ocurrir, por eso no me extrañó ver al auto de Rafael estacionado ostentosamente frente a la casa. Pero también había otros dos vehículos que yo no conocía. Entré con la incertidumbre de la escena que me esperaba. Sentados alrededor de la mesa, jugando cartas en medio de una densa nube de humo de cigarros y una profusión de copas de licor, había tres sujetos desnudos, uno de los cuales era ...
... Rafael. -¡Hola, socio! -me gritó alzando una mano y sin quitar la vista de sus cartas- Llegas junto a tiempo porque no sabemos dónde guardas más trago. Tu mujercita está muy ocupada ahí adentro para molestarla. Tráenos dos botellas de whisky y si no tienes, vuélvete por donde llegaste y ve a comprarlas al centro. Los otros dos sujetos ignoraron mi presencia sin siquiera destinarme una mirada. Sin contestarle a Rafael, me dirigí al dormitorio. Celia estaba desnuda, con las piernas en los hombros de otro individuo desconocido que la tenía ensartada por la vagina y que iniciaba su orgasmo justo en el momento en que yo entré en la pieza. El tipo manifestó su placer con violentas embestidas al tiempo que gritaba incoherencias groseras a Celia: -¡Toma, puta sucia, recibe toda mi leche en tu hoyo reventado! Había un quinto sujeto junto a ellos que a todas luces esperaba su turno acariciándose lentamente el pene mientras lamía una de las tetas de mi mujer. En efecto, el que venía de acabar dentro de ella se retiró con un aire de infinita satisfacción mientras el otro ocupaba de inmediato su lugar entre las piernas de Celia que tenía la vagina groseramente abierta y exhibida, pues debajo de su trasero habían ubicado un gran cojín. Sin perder un segundo hundió su miembro hasta el fondo iniciando un vaivén brutal que casi botaba a Celia de la cama. Ella estaba trémula, con los ojos turbios e idos, como si estuviera en trance, emitiendo gruñidos sordos, guturales, roncos como los de una bestia ...