1. Los gemidos de Rita - Parte 2


    Fecha: 11/10/2025, Categorías: Sexo con Maduras Autor: Daniela Brito, Fuente: TodoRelatos

    La bodega, envuelta en esa penumbra dorada por la única bombilla colgante, se convirtió en el escenario perfecto para lo que estaba por ocurrir. Rita no se apartó cuando Gonzalo la empujó contra la mesa. Al contrario, sus pupilas se dilataron, devorando cada línea del rostro curtido del jardinero.
    
    Rita no era simplemente bella; era una obra de arte viviente. Sus piernas, largas y esculpidas por años de voleibol, tenían una suavidad que invitaba a ser acariciada. Cada músculo se tensaba bajo su piel de porcelana, tan pálida que las venas azules se transparentaban en sus muslos internos.
    
    Su trasero, firme y redondo, era su orgullo. Los shorts ajustados que solía usar apenas lograban contenerlo, y ahora, bajo la sudadera holgada, se adivinaba su forma perfecta: dos mitades generosas que temblaban levemente con cada respiración agitada.
    
    Pero lo que más enloquecía a Gonzalo era su cintura estrecha, que se ensanchaba en esas caderas juveniles, y más arriba, sus pechos pequeños pero firmes, con pezones rosados que ya se endurecían bajo la tela, visibles por el escote holgado de la sudadera.
    
    Y luego estaba su boca. Labios carnosos, siempre ligeramente entreabiertos, como si estuvieran en perpetua espera de algo… o de alguien.
    
    Rita no era una virgen, pero tampoco una experta. Había tenido un novio en la prepa, un muchacho de su misma edad cuyos torpes intentos nunca la habían satisfecho. Pero Gonzalo… Gonzalo era distinto.
    
    Desde que empezó a trabajar allí, algo en ...
    ... él la atrajo. Quizá era su fuerza callada, esas manos ásperas que cuidaban las flores con delicadeza. O tal vez la forma en que la miraba cuando creía que ella no lo notaba: con un hambre animal, reprimido pero palpable.
    
    Ella se había masturbado pensando en él más de una vez. En su habitación, con la puerta cerrada, imaginaba esas manos ásperas recorriendo su cuerpo, esos labios gruesos mordisqueando su cuello. Y ahora, aquí estaban, a punto de hacer realidad cada una de sus fantasías.
    
    Gonzalo no preguntó. No había necesidad. Con un movimiento brusco pero seguro, deslizó sus manos bajo la sudadera de Rita, encontrando la piel caliente de su vientre. Ella arqueó la espalda, un gemido escapando de sus labios.
    
    —Siempre supiste que esto pasaría —murmuró él, mientras sus dedos subían, despacio, hacia sus pechos—. Me mirabas… como si quisieras que te tocara.
    
    —Sí… —admitió ella, sin vergüenza, mordiendo su labio inferior—. Pero no solo eso.
    
    —¿Qué más, entonces? —Gruñó al encontrar sus pezones erectos, rodándolos entre sus dedos.
    
    —Quiero… que me hagas sentir como nadie lo ha hecho.
    
    Esa frase fue suficiente. Gonzalo la giró, presionando su cuerpo contra la mesa. Con un tirón, bajó sus shorts y la ropa interior, revelando ese trasero perfecto, blanco como la leche, con un pequeño lunar cerca del comienzo de su raya.
    
    —Dios… —maldijo, admirado.
    
    Sus manos no pudieron resistirse. Apretó esas nalgas con fuerza, haciendo que Rita gimiera. Luego, sin previo aviso, ...
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