El secreto de Rita Culazzo (segunda parte)
Fecha: 28/07/2019,
Categorías:
Incesto
Infidelidad
Autor: juliomarkov, Fuente: CuentoRelatos
La visita Luego de un exhaustivo análisis que me mantuvo horas frente al espejo del baño inspeccionando cada detalle de mi rostro, me atreví a concluir que no me parecía en nada a mi tío Juan ni a ninguno de mis primos; tampoco a mi padre, tuve que admitirlo. Más allá de esto, los elementos que tenía para juzgar a mi madre eran contundentes: mis ojos furtivos habían visto cómo mi tío la rellenaba de semen días antes de que ella anunciara su embarazo. La alta probabilidad de que mi futuro hermano fuera hijo de Juan daba crédito a la aseveración de mis tías. En todo caso, si era cierta la teoría, si era yo hijo de Juan y no de mi padre, lo que más me molestaba era no haber heredado esa tremenda pija, que parecía el capricho genético de la familia. Si bien quedaba lugar para una ínfima pizca de incertidumbre en favor de que mis envidiosas tías estuvieran equivocadas, había algo acerca de mi madre de lo que no tenía ninguna duda, y era que detrás de su apariencia de inocente y recatada ama de casa, se escondía terrible puta adoradora de pijas con dotes bestiales. Ese era su verdadero secreto, yo lo conocía muy bien, y me calentaba aún más que su hermoso cuerpo. Mientras iba perdiendo la cuenta de las pajas que me hacía recordando la escena en que la zorra saltaba sobre la pija de Juan, al mismo tiempo que mi otro tío la enculaba hasta el fondo de su apellido, pensaba que si era tan puta como para dejarse rellenar en dúplex por sus cuñados, quizá alguna chance habría para que su ...
... amado hijo también pudiera degustar de sus portentosas carnes. No obstante, por esos días me conformaba con poder ver nuevamente ese culazo precioso. Durante un par de semanas, sin más iluminación que el tenue brillo lunar que en las noches claras suele invadir tímidamente la planta alta de nuestra casa, caminé la distancia que separa mi habitación de la de mis padres. Apenas una efímera visión de esas insuperables nalgas hubiera significado para mí un completo regocijo. Pero el acecho fue estéril: el culote de mi progenitora no volvió a estar en exhibición como, de forma desprejuiciada, lo había estado en casa de los abuelos; me choqué, una y otra vez, contra la barrera infranqueable de camisones, pijamas, sábanas encubridoras y puertas cerradas. Cuando aún no había pasado un mes de aquel disonante ágape familiar, mi padre me hizo un anuncio que me sorprendió tanto como el que nos había dado cuenta del embarazo de mamá: mis primos Daniel y Lautaro vendrían de visita y se quedarían todo un fin de semana en casa. Al parecer se habían alegrado tanto del reencuentro que no querían perder la oportunidad de reforzar el vínculo consanguíneo. ¡Patrañas! Yo sabía muy bien cuál era la verdadera motivación que había impulsado a esos mocosos insolentes a propiciar la intempestiva visita. Yo sabía que eran el culo y las tetas de mi madre quienes oficiaban de acicate para los calentorros jóvenes. Pronto me enteré de que no solamente iba a tener soportar en silencio las mentiras de esos dos ...