Mi protegida
Fecha: 06/09/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: protector, Fuente: CuentoRelatos
... casi sin querer, volvimos a enzarzarnos en la mejor lucha cuerpo a cuerpo que pueda existir. En aquella posición, pocas caricias podía regalarme, pero supo suplirlas, encendiendo de nuevo mi deseo a golpe de cadera. Mientras mis manos recorrían su cuerpo a placer, ella clavaba los glúteos contra mi entrepierna, restregándose como una gatita mimosa. Mi verga no tardó en ponerse firme y buscar sitio en el hueco que dejaba la unión de sus muslos. Sin penetrarla, movía mi miembro adelante y atrás, desde los labios mayores hasta su gruta. Los jugos que desprendía, facilitaban el deslizamiento, lubricando toda la zona. En una de las idas y venidas traté de introducirme en su vagina, pero me sorprendió al tomar mi miembro con su mano y guiarlo unos centímetros más atrás. Tremendamente excitado, no dudé en aceptar su ofrecimiento, y presioné con fuerza, hasta que el glande penetró en su intestino, para continuar ascendiendo lentamente, envainando mi sable hasta la empuñadura. Ella permanecía en silencio, casi sin moverse. Pasando uno de mis brazos por su cintura, abarqué su sexo con la mano y comencé a estimular su clítoris. Pronto volvió a retorcerse y pude continuar la penetración. Su anillo se ceñía al perímetro de mi falo, proporcionándome ...
... indescriptibles sensaciones. Entraba y salía, sin descuidar mis caricias, escuchando cada jadeo que manaba de su boca. Cuanto más excitaba se mostraba, más saña imprimía yo a mis envestidas, fundiéndonos en un placentero dúo de gemidos. Por un instante separé mi cuerpo unos centímetros del suyo para poder observar la acción, y aquello pudo conmigo, verme sodomizando a mi preciosa desconocida, adelantó el desenlace y culminé, inundando su dilatado agujero de leche. Después de terminar me quedé dormido. Fue ella la que me despertó entre besos, informándome de que debía volver con sus amigas. Cuando se levantó, unos blancos hilillos de semen se deslizaron por sus muslos. Se fue al baño a asearse mientras yo me vestía. Al volver, la observé arreglarse, preguntándome qué ocurriría entre nosotros a partir de ese momento. Pero no dije nada, tenía la sensación de que nuestra relación se regía por patrones muy distintos a los habituales. Ella tampoco habló. Sólo las miradas manifestaban deseos y sentimientos. Cuando la dejé en la pista, nos abrazamos con pasión. Después, volví a ocupar mi lugar, y de nuevo la protegí en la distancia, escondido tras una multitud de cuerpos que bailaban al compás de las canciones, pero sin percibir a nadie, pues en mi mente sólo estaba ella.