1. Rosa, viuda fantástica


    Fecha: 17/02/2018, Categorías: Hetero Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos

    ... por la excitación. Lentamente zafó el broche de mis jeans y bajó la cremallera, exponiendo mi ropa interior, la cual bajó con maestría lo suficiente como para alcanzar con su mano derecha mi pene totalmente erguido e inflamado. Sus manos eran pequeñas, pero lo suficiente como para abarcarlo habilidosamente para proporcionar mucho placer. Comenzó a masturbarlo lenta, pero vigorosamente, de una forma que nunca nadie me lo había hecho, y alternaba los movimientos con unas mamadas magistrales. Jamás imaginé que aquella boquita deliciosa fuese alguna vez a detenerse en chupar mi verga algún día, pero era cierto: ahí estaba Rosa , la menor de las Escobar, mamando mi pene a todo meter, frenética, alocada... desbocada, como nunca me la imaginé. Los tres años que habían pasado desde que había tenido el último encuentro sexual con su marido la había convertido en un volcán que desde hace siglos estuviese fraguando una erupción. Y yo estaba en medio de la erupción de ese volcán femenino. De un tirón, me deshice de mis pantalones y mi calzoncillo, y desabotoné la blusa de mi anfitriona. Me llevé una agradable sorpresa al descubrir que no andaba sostén en esos momentos, pues no esperaba de un movimiento tener al alcance sus pechos blancos y turgentes, que se sacudían con los más leves movimientos nuestros. Seguidamente, liberé su pantaloncito de lona y lo dejé caer hasta el suelo y no tardó mucho en que la pequeña tanga que andaba le hiciese compañía. En tanto sucedió esto, Rosa no dejó ...
    ... ni un momento de ejercer la rica succión sobre mi verga, parecía que aquello era algo que había añorado por largo tiempo y no estaba dispuesta a privarse de ese placer, ahora que nuevamente lo sentía. En ese punto, ya los dos nos encontrábamos desnudos, en plena sala de su casa. Entonces ella me tomó de la mano y me dijo: Ven, vamos arriba, a mi cuarto. Los niños pueden despertar y encontrarnos acá. Yo la seguí dócilmente, sin poder evitar observar aquel cuerpo menudo pero bien proporcionado, mientras se contoneaba al caminar y subir por las escaleras. Llegamos hasta su habitación y ella se recostó en su cama mullida, arrastrándome hacia ella en su desplome. Debajo de mí, podía percibir la tibieza de su piel, las vibraciones de sus músculos y el quemante jadear de su aliento, mientras la besaba y acariciaba enteramente. Mi boca recorría palmo a palmo y pausadamente cada pulgada de aquel cuerpo ardiente de deseo, de un deseo reprimido desde hacia tiempo y que estaba desbordándose a raudales. Los gemidos alcanzaron un nivel mayor cuando acerqué mis labios a sus pechos y me apoderé de sus pezones que se erigieron furiosamente al contacto húmedo y sabroso de mis labios y mi lengua. Bajé hasta su ingle y ella, sin que yo se lo pidiera, abrió sus piernas totalmente, al máximo, mostrándome su vulva mojada por sus secreciones, palpitante, amplia por los dos partos que había tenido, pero excitantemente provocativa, sugestiva, invitadora. Mis labios se fusionaron con los labios de su ...
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