El amor después del Apocalipsis
Fecha: 15/09/2017,
Categorías:
Incesto
No Consentido
Autor: Gabriel B, Fuente: CuentoRelatos
... hacíamos observaciones, y corregíamos los cuentos para que queden lo mejor posible. A Laura le gustaba escribir sobre adolescentes deprimidos en el fin del mundo, parecía olvidar que los adolescentes estaban deprimidos en cualquier contexto. Edu, en cambio, solía dar riendas sueltas a sus fantasías de héroe, y sus personajes siempre encontraban la manera de salvar a la humanidad, y de construir una comunidad justa y solidaria. Yo no era tan pretencioso, y en general escribía cuentos eróticos, esforzando a mi memoria para recordar todas las películas que había podido ver a escondidas de mis padres. Extrañamente, eran mis cuentos los más esperados, y los que más disfrutaban. La relación entre Edu y Laura fue cambiando lentamente, a la par del desarrollo paulatino que sufría el cuerpo de mi hermana. Las miradas paternales que le dirigía Edu, se fueron convirtiendo, primero, en miradas desconcertantes, como si se preguntara si aquella era la niña que había acogido hace unos años, y luego, en miradas subrepticias y lujuriosas. La comunicación física se hizo más íntima. Parecía que cualquier situación era una buena excusa para acariciarse la cara o en el caso de ella, las piernas del primo. Nunca cuestioné la relación filial que existía entre ellos, porque ya no era el mismo mundo que conocíamos, y ciertos prejuicios del pasado, hoy eran obsoletos. Ellos fueron relacionándose libremente a medida que veían que yo no perturbaba ni juzgaba su toqueteo o sus besos muy cerca de los ...
... labios, y un día, Laura dejó su cuarto y empezó a dormir con él. Yo estaba celoso, pero no de mi hermana, sino del hecho de que tenían algo que posiblemente yo nunca tendría. Me gustaba pararme al lado de su puerta, y espiar mientras cogían, para después encerrarme en mi cuarto y masturbarme a mi gusto. Yo también sentía atracción por Laura, y en este caso sí me recriminaba pensar en ella como mujer. Pero qué podía hacer. A sus veinte años su figura se había encurvado por todas partes. El pelo rojo, ese que yo no heredé, era fuerte como el fuego, y resaltaba la blancura de su piel. Las tetas paradas y la cola manzanita potenciaban la belleza de su rostro anguloso y angelical. De todas formas, sabía contenerme, y si bien ella me descubrió más de una vez mirándola con lujuria, nunca me recriminó nada, porque sabía que mi carne sufría la soledad. Una noche alguien golpeó la puerta. - ¡Ayuda, por favor! – se escuchó la voz de una mujer. - No le abras. – dijo Laura, agarrándole el brazo a Edu. – Puede ir a cualquiera de las casas del barrio. -agregó. Tenía miedo de que sea una emboscada, y otras personas nos sacaran las casa, y las provisiones. - Pero las otras casas no están bien cerradas como esta. Están destruidas. - Argumentó Edu. - ¡Por favor, mi marido está muerto, necesito comida y un lugar donde dormir! - Voy arriba a ver si veo algo raro. – dije. Subí al primer piso, corrí una madera que tapaba la ventana y miré en todas direcciones. No había nada raro, sólo los zombis ...