Así da gusto comenzar el día
Fecha: 11/09/2017,
Categorías:
Hetero
Autor: sursum corda, Fuente: CuentoRelatos
Como cada mañana, a las 7 de la mañana el tren que debía llevarme a una céntrica madrileña para, posteriormente, hacer transbordo al metro y llegar hasta la facultad, venía hasta los topes al llegar a mi parada. ¡Otra vez a aguantar empujones y a agobiarnos de calor!, pensé yo. Iba con un amigo y compañero de clase. Y a juzgar por la cara con que nos miramos cuando el tren se detuvo y abrió sus puertas, él debió de pensar lo mismo. - ¡A ver cuando terminan las obras del Metro y podemos coger el tren más tarde y seguro que vamos mejor!, le dije a mi amigo Luis. - ¡Ojalá sea pronto!, me dijo él, mientras intentaba agarrarse a una barra una vez nos conseguimos ubicar en el vagón. Yo no encontraba la postura buena. Además, con tanta gente y la calefacción puesta, el calor era insoportable, así que opté por quitarme el abrigo. Me coloqué la carpeta y los dos libros (menos mal que eran de los finos) en el suelo, sujetándolos entre mis piernas. Me quité la chaqueta. Recogí la carpeta y los libros y cuando me disponía a cogerme de la barra, el tren hizo un movimiento brusco que desplazó a todos un poco. No me dio tiempo a cogerme y me fui hacia atrás y noté que mi pie caía sobre el de la persona que traía detrás. - ¡Huy, discúlpame!, le dije girándome. - ¡Nada, no pasa nada!, me dijo ella. Una chica pelirroja, con una preciosa cabellera rizada y unos llamativos ojos marrones. El cuadro de su cara lo completaba una constelación de pecas que la hacían tener una cara francamente ...
simpática y muy muy agradable. Al igual que yo, llevaba su abrigo y la carpeta entre sus brazos, pero ella estaba apoyada en las puertas contrarias a las que se utilizaban para subir y bajar. Unas botas camperas, un pantalón vaquero y una camisa era su atuendo de esa mañana. No pude evitar girarme en los siguientes cinco minutos cuatro o cinco veces a mirar a aquella pelirroja. En la última, ella bajó la mirada, sonriendo y se dio la vuelta, haciendo que miraba por los cristales hacia el exterior, aunque realmente aprovechaba el reflejo para mirarme y yo a ella. Le dije a mi amigo Luis que se fijara en lo buena que estaba la pelirroja y mi amigo asintió, dándome la razón. El tren llegó a otra parada y otra oleada de pasajeros. Resultado: más empujones y más apretones. El caso es que al final quedé a escasos 15 centímetros de aquella pelirroja, que aún seguía mirando a través de los cristales. Al menos, esta vez agradezco tanta apretura en el vagón, pensé para mí. - ¡Madre mía, qué agobio. Vamos como sardinas en lata! dije bajito -Pues sí, es un asco tanta gente y encima todos empujando, respondió ella, a la vez que se daba la vuelta de nuevo, quedando frente a frente conmigo. Me sorprendió, la verdad. Se quedó mirándome. Yo aguanté sus ojos sobre los míos. Ninguno decía nada. -Erika, me dijo ella tras unos eternos segundos de silencio. -José, respondí yo. ¡Encantado! Mi amigo Luis me miró y me sonrió de manera cómplice al ver que ya había iniciado charla con la pelirroja. Tras las ...