1. Mis mujeres (III): Dora (3)


    Fecha: 14/12/2017, Categorías: Confesiones Dominación Autor: zitro1, Fuente: CuentoRelatos

    ... que eres un sinvergüenza? ¡Ah! qué primo tan sinvergüenza tengo... pero me encanta que lo seas. Note de nuevo la dureza y la frescura de sus carnes. - Sube la mano y tócame. Y lo hice. Mientras yo la acariciaba, ella abría cada vez más las piernas bajo la manta, superé los muslos y alcancé la tela de la braguita. - Sinvergüenza, eres un puto sinvergüenza, me repetía al oído. Quise levantarme, que me tragase la tierra. No pensaba sino en salir de aquella habitación, esconderme, huir. - ¿Qué... pero qué hacemos?, le dije casi balbuceando. Con una mano me acarició la cara con cariño. Creo que había ternura en sus ojos, cuando me dijo: - Ojalá pudieras metérmela aquí mismo. Dios mío, Virgen Santa, ojalá. Paseé los dedos por encima de la tela de la braga. A través de la tela húmeda podía notar los labios abiertos, hinchados su clítoris tenso, apetecible, lo atrape entre dos dedos pellizcando suavemente, aumentando la presión gradualmente a la vez que su espalda se arqueaba vibrando. - Por favor por dentro de la braga, tócame, por favor -dijo susurrando. Cada vez más abierta de piernas entré mis dedos por debajo de la tela. - Que tus dedos sean tu polla, sigue por favor, follame. - ¡Sí, así, sí, sigue! -me pedía cada vez más ansiosa. Cuando ...
    ... alcance de nuevo la pequeña protuberancia carnosa. - ¡Oh, Dios mío, sí, sí, sí...! ¡Oh, sigue, sigue, sigue...! De pronto aprisionó fuerte mi mano cerrando los muslos, sus piernas temblaron, le brillaban los ojos. Sacaba la lengua y lamia sus labios, respiraba ansiosa. Se había corrido, yo seguía con mis dedos dentro, cuando los saque los introduje en mi boca y los chupe. Entonces me di cuenta que nos habíamos quedado solos en la sala, en el comedor seguían los canticos y la risas, me levante y corrí al lavabo para hacerme una soberana masturbación, pase a mi habitación para meditar y repasar en mi cabeza todo lo que me había sucedido en menos de 24 horas, la noche anterior, lo ocurrido aquella tarde esperaba que nadie se hubiera dado cuenta. Tarde en volver y cuando lo hice, nervioso pues supuse que notarían mi ausencia, algunos de los familiares y amigos se habían marchado los que quedaban se preparaban para cenar algo. Allí estaba Dora, entonces la miré a los ojos. De repente me puse rojo como un tomate. ¡Ella no me miraba a los ojos! La picarona me estaba clavando la mirada en mi bulto delatador. La situación también hizo que ella se sonrojara por lo que me sentí algo aliviado al no ser el único que se sentía incómodo. Se limitó a sonreír. 
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