La mama de Benito
Fecha: 01/08/2019,
Categorías:
Hetero
Autor: Anónimo, Fuente: RelatosEróticos
Benito era un chiquillo rechoncho y chaparrito, hijo de una de las vecinas de la colonia. Benito era casi la viva imagen del monito de las caricaturas que salía con don Gato y su pandilla. Su familia se limitaba a su madre, una señora joven, de piel blanca, chaparrita y regordeta, cuyo único atractivo era un descomunal par de nalgas, parecía como si toda la carne de su cuerpo se hubiera acumulado precisamente en aquella parte. Con aquel trasero era normal que todos los cabrones de la calle se fijaran en aquella señora, que rentaba un pequeño departamento y que vivía de trabajar en un taller de costura. Pero Benito, pese a su pobreza, se convertía el Día de Reyes en el chiquillo que recibía más juguetes que todos los chamacos de la cuadra juntos, ¿por qué?, ¿de dónde salían tantos juguetes si la nalgona de su madre a duras penas tenía para comer?, pues nada que muchos cabrones que terminaron metiendo la verga entre aquel descomunal par de nalgas sentían que, de algún modo, Benito era algo así como su hijo y el Día de Reyes trataban de calmar sus culpas llevándole a Benito juguetes y más juguetes, aunque los muy jijos no fueran capaces de llevar a sus propias casas ni siquiera el gasto del día. Así Benito fue el primer niño de la cuadra que tuvo bici, balón de fut y la colección completa de los muñecos de pockemon, y aunque las lenguas de doble filo hicieran tiritas a la madre, pues que jijos, si por algo tenía nalgas y las había puesto para coger, y se había cogido al ...
... tendero, al carnicero, al tortillero y al del gas para pagar sus cuentas, además de que..., bueno, aquí entro yo, se cogió al equipo completo de futbol de la colonia, aquella vez que ganamos el primer y único campeonato. Yo era joven cuando miraba, junto con los demás bueyes del equipo, pasar a aquel bamboleante par de nalgas. Era como un desfile de carne que se mecía como un barco de velas en medio de un apacible mar --aunque yo nunca hubiera visto un barco de velas y menos meciéndose en las olas del mar. Todos deteníamos los comentarios acerca del partido que acabábamos de perder, el envase de refresco se detenía junto a las bocas, y las miradas seguían el acompasado caminar de aquella mujer, que en la acera de enfrente lucía sus vibrantes carnes al son de una imperceptible música. A varios se les caía la baba, otro comentaba "cuanta carne y yo en vigilia", algún bocón diría "las tiene bien ricas, ya se las agarré", comentario que provocaba un alud de madrazos sobre el impertinente, pues todos creíamos que aquel monumento a la nalga era algo incólume, intocable, virgen aún en el mar de vergas de aquella colonia. Y no era el único que suspiraba por aquel mundo de vibrante carne, todos incluido el capitán del equipo, El Borolas, hacían comentarios cómo "mira nada más qué nalgas, se imaginan tenerla de a perrito, con sus nalgotas abiertas, metiéndole el pito, con su culo prieto, y la carne brincando con cada metida de verga!", pues sí nos imaginábamos o tratábamos de hacerlo, pero ...