1. La sirvienta caliente


    Fecha: 25/12/2018, Categorías: Infidelidad Autor: César González, Fuente: CuentoRelatos

    Esta experiencia fue única, de las mejores de mi vida. Casado con una mujer excelente, hubo necesidad de contratar a una empleada para las labores domésticas y cuidar al niño. Habíamos tardado en encontrar a la candidata idónea. Mi mujer la halló. Al entrar ese día con ella a la casa, quedé impactado con la chiquilla, que nada tenía de provinciana ni tenía facha de sirvienta. Delgada, cara fina, bella, tetas prominentes, boca carnosa, morena, pelo largo que le caía sobre en los senos, piernas torneadas, apetecibles, mordibles. Unas nalgas primorosas, paraditas, duras -esto después lo comprobé. Quedé desde el primer instante deseándola. Siempre había tenido como fantasía, el deseo de contratar a una sirvienta bella, provinciana y andármela cogiendo. Se me cumplió. En los siguientes días de plano me enloqueció, estaba obsesionado en llevármela a la cama. Pero con mi mujer casi siempre en casa, ¿cómo le haría? Pasó un mes, la chiquilla era desquiciante, se vestía muy atrevida para salir, minifaldas, pantalones entallados, escotes que dejaban ver gran parte de su grande, sabroso busto, unos pezones que se le dibujaban bajo la blusa apretada y que se le notaban paraditos, prestos para una gran mamada. Ella era muy alegre, risueña. En casa se ponía tops, pantaloncitos cortos, minifaldas, siempre mostrando las bien formadas piernas o gran parte de esas tetas sensacionales que de inmediato me ponían tieso el pene. En cuestión de unos días comenzamos a llevarnos muy bien, a ...
    ... tutearnos, no parecía una relación patrón-empleada, surgió la amistad, la enorme atracción. Yo solía masturbarme, con su imagen, en su habitación cuando ella salía a la calle. Y depositaba mi semen en sus diminutas tangas, que sacaba de su armario, me corría en sus medias, mezclaba mi esperma en su crema facial, en su crema para quitar maquillaje, para que al ponérsela se embadurnara de mi leche. En la noche tomamos por costumbre jugar naipes ella, mi esposa y yo. Y, casi siempre -ella con minifalda y yo en sandalias-, comenzaba a tocar sus piernas, sus apetecibles muslos con mis pies, hurgaba más allá hasta llegar a su nidito, casi le introducía el dedo gordo del pie por encima de sus húmedas tangas, que a veces apartaba para acariciarle la vagina. Ella no protestaba, al contrario, parecía disfrutar con ese furtivo juego erótico, todo, sin que mi mujer se diera cuenta. Al cabo de un mes fue mi propia esposa el conducto que propició todo: ella no tenía en sus días de descanso amigas para pasear o ir al cine. Esa ocasión mi mujer insistió: "acompaña a Lolita al cine, quiere ver esa película, no sabe andar en la ciudad y se puede perder. Por mí no hay problema, diviértanse". Ni tardo ni perezoso accedí. Ya en la sala cinematográfica elegí el momento más romántico -era un musical- para besarla apasionadamente, mordí sus labios, succioné su lengua, la apreté contra mí. Ambos nos estábamos deseando en secreto y ahí explotó la pasión. Salimos de inmediato y la llevé al departamento de un ...
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