Bajo el cielo de Siberia (1)
Fecha: 19/07/2019,
Categorías:
Erotismo y Amor
Autor: Barquidas, Fuente: CuentoRelatos
CAPÍTULO 1º Había sido un día límpido, brillando el sol en un cielo sin nubes, por más que heladoramente gélido en ese Noviembre siberiano que, decididamente, se abocaba a Diciembre. La escena tampoco dejaba de tener su toque fantasmal, con aquellas miríadas de lucecitas deambulando, lánguidas, de acá para allá, intentando aclarar una noche tempranamente cerrada, pues aunque en el reloj sólo unos leves minutos rebasaban las seis y media de la tarde, en aquellas latitudes de Siberia Occidental, suroeste de Tiumen-nordeste de Chelyabinsk, la noche hacía ya casi una hora que cerrara, con la luna, en menguante, señoreando un firmamento cuajado de estrellas perfectamente acomodadas para pasar la noche desde quince-veinte minutos antes de cerrar la nocturna negritud. Las tales lucecitas eran los cientos, miles, de lámparas de carburo o simples hachones encendidos, portados por cientos y cientos, miles y miles de personas, hombres unos, mujeres otras; unos, unas, buscando seres queridos entre la pléyade de cuerpos inertes que poblaba el infinito campo; otros, otras, intentando hacer su particular Agosto en esa noche novembrina a cuenta de cuánto de valor pudieran encontrar en los cuerpos caídos, sin perdonar las piezas de oro que llevaran en la boca, arrancadas, “manu militari”, a bayonetazo limpio… Fue entonces cuando, por fin, le encontró. Tendido en el suelo, boca arriba, el pelo en desorden, apelmazado acá y allá por el barrillo de la sangre, el sudor, el polvo y el humo de ...
la pólvora; los ojos entrecerrados y el rostro más sereno que desencajado, aún iluminado por el gesto de decisión que le alentara toda la mañana, hecho rictus por el “beso” de la horrenda Dama Negra, la Muerte… El rostro, terroso, entre el helor del “beso” fatal y las nubes de polvo levantadas por el combate, sucio de sangre, polvo, y pólvora. El uniforme, hecho girones, roto, desgarrado por ni se sabe los sitios, cubierto de sangre, propia y ajena, cubierto de polvo. El sable, desenvainado, en la mano diestra, aún con sangre en su hoja, todavía empuñado con feroz firmeza. Resultaban evidentes las heridas por las que la vida se le fue: Dos impactos en el pecho, aunque uno hacia el costado derecho, y un tremendo bayonetazo en la parte baja del tórax, por el extremo inferior del esternón. Se sentó junto al cuerpo, y con el machete, arrancó del suelo helado alguna que otra pella de hielo, con lo que fue limpiando aquél rostro tan querido, tan amado. Le había visto, reconociendo al instante en él a su querido Aleksei Aleksandrevich, por la mañana, cuando, inesperadamente, surgió de la línea de trincheras “Blancas”, dando unos pasos al frente, y cómo, al momento, empezaron a aparecer hombres, y hombres, formando en abigarrado cuadro tras él, con las banderas al frente, seguidas de los músicos, con sus instrumentos, y, por último, la tropa con sus oficiales y suboficiales al mando y las bayonetas armando los fusiles. Él, entonces, desenvainó el sable, le alzó, para, al instante, ...